Sabes cuando es el momento de compartir algo porqué álguien lo necesita. Un querido amigo ha perdido a un hermano. Solo se me ocurre algo más terrible que ello, perder a un hij@.

¿Se puede medir el dolor?

Siempre que pasa esto, una parte de nosotros se siente responsable: por no haber estado allí más tiempo y más veces, por no haberle dicho lo mucho que le queríamos. Aunque hayamos hecho todo lo humanamente posible.
La vida es así de dura.

No hay palabras de consuelo en estos casos. Ahora sólo el tiempo puede hacer el milagro y curar las heridas, dejando cicatrices para que no olvidemos.
A l@s que estsán pasando por un momento como éste les sugiero leerse un pequeño libro de Leo Buscaglia de 1982, «The fall of Freddie the leaf».
Es la historia de una hoja que después de haber vivido alegremente la primavera y el verano, de haber disfrutado con su vida, de la amistad, la familia, … cuando llega el otoño lucha todo lo que puede con el viento y el frío, con la perdida de sus amigos y se resiste todo lo que puede.
Al final llega el invierno y las primeras nieves y tiene que dejarse arrastrar, vencida. Pero al caerse se da cuenta de lo grande que era el árbol del que había sido parte, del sentido tan grande del que había participado en su vida.
Además, al caerse se da cuenta de que su muerte servirá para que nazcan las nuevas hojas, la nueva vida en las siguientes primaveras y encuentra la paz perdida.
Este librillo tiene una historia detrás. Conocí a su autor Leo Buscaglia en Milano por una serie de casos fortuitos que me llevaron hasta él. Me había gustado mucho su libro «Living, Loving, Learning», me había ido hasta su casa en Los Angeles para conocerle y me enteré que daba una serie de conferencias en la Universidad de Bocconi. Desde entonces estuvo en mi vida hasta que murió en 1998. Había nacido el mismo día que mi padre.

Al final nunca tengo una copia de «La caída de la hoja Freddie» porqué se lo regalo a alguien que lo necesita más que yo, como dos alumnas mías que perdieron sus maridos por enfermedades.

A mi me sirvió para apaciguarme conmigo mismo por la muerte de mi abuelo en 1981: se me fue sin poderle decir cuanto le quería y respetaba, a pesar de los encontronazos culturales e intelectuales que teníamos.

Nunca me lo he perdonado. Pero desde entonces la palabra “te quiero” surge natural de mi boca: no volverá a pasarme.


Si has perdido a un ser querido, esto va por ti, amig@.