Ayer salí de casa a las 7:30. Tenía una reunión en el lejano Oeste de Madrid y vivo en el lejano Norte. Viernes, lluvia, frío, todavía de noche. Soy motero (que no es lo mismo que utilizar una moto) y antes de «vestirme» (en invierno tardo cuanto un torero) me despedí de Duque, mi querido y fiel perro. Mi hada (que por eso lo es) me lo sugirió: sabía que le quedaba poco y no quería que me fuese sin darle un último abrazo.
Se fue a las 13:40, después de 10 años de fidelidad, afecto, amor, compañía en las buenas y en las malas, por una enfermedad neurológica degenerativa que le hacía aparentar el doble de sus años. Era el jefe de nuestra manada de 5 perros y siempre ejerció su liderazgo, incluso ayer, con un pié ya en los territorios infinitos de caza donde los Indios nativos imaginan a sus animales queridos cuando se van de este mundo.
Escribo este post para animar a todo el mundo para adoptar a un «Duque», a ser posible, abandonado, en alguna casa de acogida, bajo la tutela de alguna protectora, de algún ángel de la guarda de nuestros amigos de 2 o 4 patas y que hacen milagros para que el escaso presupuesto que tienen sirva para salvar a un amig@ más, para no tener que sacrificar a un ser puro, increíble, capaz de llenar la vida de cualquier persona, de cualquier familia.
Así estaba Duque cuando entró en nuestras vidas en 2009.
Acabo de ver que han abierto The Doger Cafe una franquicia de bares donde además de tomarte un café, puedes jugar y adoptar a un cachorro abandonado. Todo soporte es poco para estas iniciativas.
Hasta que no tengas un perro en tu vida no sabrás lo que es el amor incondicional, la fidelidad absoluta, el calor de un ser vivo siempre a tu lado, que solo sabe adorarte, vivir por y para ti, soñar sólo con una caricia tuya, con jugar contigo y tus hij@s, compartir tus aficiones y locuras, sin nunca pedir nada a cambio.
Anímate. Adopta un chachorro abandonado y haz feliz a tus hij@s (sí, lo sé, tendrás que ocuparte tu, pero merecerá la pena), a tu familiar que se ha hecho mayor, o que vive sólo y gruñón: no te imaginas el regalo que le (te) vas a hacer.