El viernes me amenazaron con que un redactor de un gran periódico Nacional me iba a llamar para hacerme una entrevista de 5 minutos sobre lo que ocurre en las empresas cuando se le muere un CEO importante: pensaban en Steve Jobs, naturalmente.

Como buen investigador que se precie, dediqué un buen tiempo para documentarme sobre el tema (un tiempo que de hecho no tenía) y al final nadie me llamó: la humanidad se quedará sin mis profundas reflexiones sobre la muerte (y su inoportunidad), el zen, el monje y su Ferrari y una lista de libros y artículos sesudos sobre el tema.

Es que cuando pinto, pinto de verdad, como dijo Carrie Bradshow, en la serie “Sex in the city”.

Pensándolo mejor, ha sido una gran suerte que no me llamaran: me hubiese puesto solemne y catedrático y mis jóvenes alumnos a quienes dí clase ayer sobre design thinking (bueno, esto fue una excusa, la clase fue sobre “felicidad” o “positive psycology que suena más cool) hubiesen pensado que le habían cambiado el profe.

A Apple no le va a pasar nada importante con la muerte de Jobs: muy malo hubiera tenido que ser Jobs en caso contrario. Muy malos gestores seríamos si atáramos el futuro de nuestra querida empresa a nuestro destino, sin formar a nuestros sucesores, sin un road map de productos y estrategias sobre la mesa, por si las moscas.

En el caso de Jobs, que luchaba contra un cáncer pancreático de los peores desde hace años, hubiese sido imperdonable: sabía que vivía de prestado y de hecho el traspaso de poderes hacía Tim Cook empezó hace mucho tiempo.

Pixar, invento que Jobs dejó en 1996, no ha dejado de crecer y maravillar desde entonces.

En Apple hay 2 o 3 años de futuro brillante ya montados: ayer la acción acabó en 375$, con un valor en bolsa de 350,000 millones de dólares: Microsoft y Google valen la mitad, Nokia 15 veces menos, Sony la venteava parte.

Apple tiene más dinero en caja que el Gobierno de EEUU, una de las éticas de trabajo más fuerte del mundo y ya pasó con éxito por muchos peligros, como cuando Microsoft intentó atacarla y la hizo más fuerte.

Entiende a los consumidores mejor que cualquier otra marca y Jobs hizo bien sus deberes.

El peligro para Apple está en la elección del sustituto de Jobs después de estos 2 o 3 años de gracia que tiene: Tim Cook parece más un hombre de operaciones que un visionario y sólo un CEO que destruyese lo que Jobs ha construido podría poner en peligro la marca, en un dejavu que nos devolvería a mitad de los 80s, cuando Apple fichó a John Sculley de Pepsi.

En esta entrevista (“We hired the wrong guy”), un Jobs más joven reflexiona sobre varios temas y el desastre de este fichaje: le convenció preguntándole:”¿Quieres seguir vendiendo agua azucarada por el resto de tu vida o cambiar el mundo conmigo?

Otras empresas han pasado por este camino, de una forma u otra: General Electric sobrevivió al traspaso de poderes de un hombre con el carisma (y el ego) de Jack Welch; de hecho, Welch nombró a 3 posibles sucesores y los puso a competir, para nombrar finalmente a Jeff Immelt.

IBM ha conseguido mantenerse en la senda del éxito después que Lou Gerstner la salvara del desastre en 1993 y dirigiera la compañía hasta su retiro en 2002, cambiando profundamente su cultura: Sam Palmisano tomó las riendas, hasta el 25 de Octubre de 2011 y el bastón de mando ha pasado a Ginni Rometty en un proceso suave como la seda.

Logitech se hizo más fuerte y competitiva cuando los dos fundadores dejaron al mando a Guerino de Luca (que venía de Apple), una historia que mi amigo Tony Davila (profesor en Stanford) ha contado en un caso prácticos que utilizo en mis clases (“Logitech passing the baton to an external CEO”).

Quizás todo se complica cuando eres el dueño absoluto de la empresa, tienes 80 años y ves todavía muy, muy remota la posibilidad que un día te dé un jamacuco.

Una gran empresa es grande porqué no depende de su líder, sino de su cultura, su gente, su marca, su misión, visión y valores.

Como líderes tenemos la obligación moral de preparar el terreno para cualquier eventualidad (que nos toque la lotería de San Genaro o que una hada nos retire).